Se cumplen ahora 10 años del ciclo de Jazz Rising Stars. Este ciclo financiado por la Obra Social Cajasol (antes Caja San Fernando) es una de las mejores ocasiones que tenemos los sevillanos de disfrutar de buen jazz en unas condiciones inmejorables. La mecánica del festival siempre es la misma. Siempre cuatro actos, entre enero y abril aproximadamente. Siempre actuaciones replicadas en Sevilla, Cádiz y Jerez. Siempre gratuito. Y casi siempre figuras jovenes emergentes en el panorama jazzístico, aunque a veces disfrutemos de veteranos consagrados. En las diversas ediciones a las que he asistido he podido ver a gente de la talla de Peter Erskine, Chris Potter o Charlie Hunter. Además es habitual que al finalizar la actuación el artista en cuestión monte su chiringuito y venda directamente sus CDs, dándote la oportunidad de conversar con él y, cómo no, que te firme o te escriba una dedicatoria en el libreto.
El pasado martes asistí al concierto de Sangha Quartet incluido en el programa de este año y ocurrió algo que nunca había pasado. Se suspendió. Estábamos ya acomodados en el salón de actos de la calle Chicarreros, en primera fila, cuando el encargado de seguridad nos invitó a desalojar la sala. Al parecer debió salir ardiendo algún cuadro eléctrico porque se personaron varias dotaciones de bomberos, aunque la cosa no fué a mayores. El caso es que estaban funcionando con un sistema de alimentación de emergencia y estaba más que justificada la suspensión del concierto. Una gran decepción, porque el acto del día era de los grandes. Sangha Quartet son el saxofonista Seamus Blake y el pianista Kevin Hays acompañados de Sean Smith (en el CD Larry Grenadier) al bajo y el gran Bill Stewart a la batería. Casi ná. Si no tuviera la situación familiar actual, esta noche hubiera ido a verlos a Jerez. Pero no se puede tener todo. Al menos tuve la ocasión de hablar con ellos. Mientras los bomberos evaluaban la situación, me acerqué al hall del edificio y allí estaban los cuatro con caras de circunstancias. Llevaba preparados varios libretos de CDs para que me los firmaran y me acerqué a ellos e intercambié algunas palabras. Todos muy amables, sobre todo Bill Stewart, que con una educación exquisita me atendió y me firmó todo lo que le puse por delante. Ellos mismos se aventuraban a afirmar que seguramente tocarían, pero no pudo ser. Tuve que ahogar las penas con un par de birras con los amiguetes. En fin, otra vez será. Y ojalá este magnífico ciclo se celebre al menos por diez años más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario